El Impacto del Consumismo: De los Vicios Privados a las Virtudes Públicas
Nuestra sociedad consumista vive y se alimenta casi al 100%
de nuestros vicios, es decir de nuestro gusto por vivir con lujos, vestir de
marca o comer platillos gourmet. Sin “nuestros vicios” el consumo no tendría
razón de ser de esta manera los vicios privados se convierten en virtudes
públicas. La sociedad apoya esta satisfacción ilimitada de nuestros gustos personales,
pero si lo analizamos a fondo la realidad es que ninguno de nosotros necesita
la mayoría de las cosas que tiene o desea.
Para hablar de virtudes tenemos que hablar de su
contraparte, los pecados o vicios: soberbia-humildad, avaricia-generosidad,
lujuria-castidad, ira-paciencia, gula-templanza,
envidia-caridad, pereza-diligencia, en el fondo cuando
hablamos de cualquiera de estos vicios hablamos de abuso de libertad, además
debemos considerar el punto de vista individual, el contexto social
y cultural, en el que se desarrolla dicha conducta, pues lo que algunas
sociedades consideran malo, para otras no lo es, así llegamos a las
normas que nos impone la sociedad para “portarnos bien”; cuando realmente todos
los comportamientos no son ni buenos ni malos son
naturales, sin embargo, cuando caemos en los excesos, dejan de ser operativos.
Todos los pecados o vicios se dan dentro de un contexto
social, pues normalmente repercuten en un mal para alguien. Una
persona aislada no tiene muchas oportunidades de pecar pues no hay a quien
dañar.
La mayoría de los problemas de la sociedad se centran, en que
la gente no ve, es decir no hace conciencia, no se da cuenta, aún con todos los
medios de comunicación a los que tenemos acceso, no vemos realmente el daño que
podemos causar a los demás, con intención o por omisión. En este
mundo caemos fácilmente en los desórdenes y en los excesos, por nuestros deseos
de ganar y competir, debemos ser siempre el número uno, debemos tener éxito
material, ser el segundo no sirve. Es válido despedir a alguien o abandonarlo
por no ser el mejor, este es un argumento aceptable para convertirnos en
material desechable.
Sin embargo, no hay ninguna cultura, que asegure que la
mentira es mejor que la verdad; que es mejor la cobardía que el valor o que la
generosidad es peor que la avaricia. Simplemente porque las virtudes están a
favor de la vida, y los vicios, en el fondo son debilidades apoyadas por una
sociedad llena de abusos y egoísmo.
Esta sociedad principalmente consumista nos crea deseos y
necesidades, si nosotros estuviéramos en contacto con nuestras necesidades
reales tendíamos una vida más simple y virtuosa. Un ejemplo es
cuando tengo hambre, tengo la necesidad de comer, la sociedad me presenta para
saciar esta necesidad, comida gourmet, comida rápida o enlatada, sin embargo,
en realidad puedo satisfacer esta necesidad con frutas o verduras, de manera
más fácil, simple y más barato. Claro que esta simplificación limita nuestras
expectativas, pero nos permite encaminarnos a encontrar el sentido de la vida.
Nosotros somos los encargados de poner límites en nuestra
vida, la naturaleza no nos limita y la sociedad trata de hacerlo a través de la
educación o las leyes, aunque de forma contradictoria nos alienta a tener
necesidades inventadas y a consumir antes que cualquier otra cosa.
¿Qué pasa con nuestros hijos?, actualmente vivimos en una
cultura de “sobreprotección” y libertinaje, falta de atención hacia los niños
que crecen sin un sentido claro de que es lo que está bien o mal, pues muchos
padres ya no tienen tiempo o interés en poner límites, por lo tanto, no hay
conciencia de en donde estás los excesos. Se convierte en un problema cuando
los jóvenes encuentran prohibiciones en el orden social y no en el familiar.
Actualmente en nuestros hogares liberales existe una tendencia a desentenderse
de la obligación de educar o cuidar a los hijos. Además, está le exigencia por
parte de los mismos hijos de que así sea. Sin embargo, los errores que
cometemos siempre pueden ser reparados.
Si hablamos de vicios podemos convertirlos en acciones o
sólo en pensamientos. Lo más grave es cuando nos convertimos en la encarnación
de estos vicios, siendo la representación fiel de los mismos, o cuando los
convertimos en el objeto y finalidad de nuestras vidas.
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