UNA CULTURA DESECHABLE
Desde pequeños, la sociedad y los medios de comunicación no van marcando pautas sobre lo que, según ellos, necesitamos. Esta sociedad de consumo nos lleva a ver, por ejemplo, en el nacimiento de un bebé, todo lo que vamos a “querer” o "necesitar” “disfrazado de necesidad” más allá, de todo lo que nos vamos a transformar como papás.
En los años 80s, la llegada de un bebé se podía prever con un kit de cosas básicas como: pañales, biberones, ropa, cosas de aseo, andadera y carriola. Hoy en día, además de esto, se requiere: silla mecedora, silla para comer, silla para viajar en auto, moisés, cuna, cangurera, un kit de pañaleras con neceser, chupones y biberones anticólicos, esterilizadores; decenas de cremas, ungüentos y por qué no, hasta una camioneta, después de todo hay que viajar con tantas cosas que un auto compacto no lo puede soportar. Por pequeño que sea un bebé, parece que ya no cabe en un auto pequeño.
Y unos meses después el 80% de todo lo comprado ya no es útil y hay que desecharlo. Pero el vértigo por necesitar y tener no se detiene. Cuando el bebé crece y se convierte en un niño los papás necesitan dotarlos de complejos juguetes, tablets, celulares, ropa de marca, niñeras, actividades artísticas además de anotarse en lista de espera para lograr los favores de un importante, pomposo y claro extraordinariamente caro colegio, pasando de largo si al niño le gusta ese colegio o no, si el proyecto pedagógico es adecuado para su tipo de inteligencia o incluso si emocionalmente logra adaptarse al ambiente.
Como no se trata de una simple moda, sino de hábitos adquiridos, en la adolescencia, se prolonga la dinámica de “usar y desechar”. Se vuelven indispensables la ropa de buena marca, los teléfonos inteligentes, las tablets, computadoras portátiles y hasta un auto. Todo esto deberá acompañarnos por un periodo de vida corto, o de lo contrario, mandaremos el mensaje de debilidad económica, con lo que estarás fuera de contexto y serás rechazado por el grupo social.
En la edad adulta, no bastará con un empleo digno, es requisito indispensable un cargo directivo en una empresa de talla internacional, así podrás obtener estatus social, a partir también de tu empleo. Sobra decir que deberás seguir en el consumo y desecho de ropa, autos, viajes, etc. Todo esto va formando poco a poco, el rompecabezas de lo que creemos que somos.
Como puede notarse, todo está vinculado a la demanda económica, es así como el dinero nos empieza a gobernar y de él, depende que nos sintamos felices y completos.
Hemos hecho del dinero un auténtico ídolo, en el que centramos todos nuestros esfuerzos y pensamientos del día. Es el dinero el que nos domina porque lo adoramos y nos entregamos a él, con los ojos cerrados, es parte de nuestra formación. La cultura del “tener” que nos da el dinero es tan importante que no basta con adquirir bienes, además hay que protegerlos, asegurarlos para nunca perderlos.
Vivimos tan pendientes de las cosas y tan despreocupados de las personas que nos rodean que, no anticipamos incluso nuestro propio abandono, “el hombre se reduce sólo a sus experiencias de consumo”, la felicidad depende de alcanzar una meta de consumo que dura poco porque depende de la moda y al poco tiempo habrá una nueva versión, más bonita, más moderna, con nuevas funciones que nos lleve a llenar nuevas expectativas de consumo.
Esta cultura de consumo desenfrenado, de usar y desechar, en aras de la última versión, nos ha llevado, lamentablemente, a pensar que también las personas pueden ser un bien de consumo y cuando, no comulgan con nuestras ideas o no hacen lo que esperamos de ellas, también las podemos desechar. Así tenemos una vida centrada en la voluntad de poder y poseer y no en lo que realmente somos.
No permitamos que la sociedad, la publicidad o incluso las redes sociales, nos vuelvan esclavos de las cosas materiales, de las cosas “desechables”.
La felicidad
consiste en lo que decía “San Francisco” necesito poco y lo poco que
necesito, lo necesito poco.
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