Autosabotaje, el arte de ser tu peor enemigo


Soy de las personas expertas en convertir lo cotidiano en algo insoportable y lo sencillo en complicado. Amargarse la vida es un arte que se aprende, no basta con tener “mala suerte”, tener algún contratiempo o que las cosas no salgan como y cuando lo espero. Se necesitan años de práctica y autoconvencimiento o aprendizaje continuo.

Suelo generar la desdicha en mi propia cabeza, pensando que sólo mi opinión es la correcta, rechazando lo que las cosas son y tomando la bandera de lo que debe ser. Siendo fiel a mi terquedad, me convierto en la contradicción misma, cualquier sugerencia es suficiente para ser rechazada. Creo que mis pensamientos son correctos, solo por el hecho de estar en mi cabeza, porque lo pienso y lo digo yo.

Puedo convertir el pasado en un oasis de amargura, pensando que alguna etapa anterior de la vida era mejor y feliz. Aferrarme al pasado no deja tiempo ni ganas de poner atención al presente. Cometer un acto no muy “aceptado”, siempre me deja la posibilidad del arrepentimiento. Así vivo el presente: siempre con culpa, convirtiéndome en víctima de mis acciones pasadas.

Dios, los padres, la naturaleza, la mala suerte, el destino, los cromosomas, la herencia, la sociedad, me convierten en la victima por excelencia. No puedo siquiera pensar en poner un remedio a la situación; sería una locura. Y si las cosas mejoran me lamentaré, pues ¡ya será demasiado tarde! Así siempre evito que las heridas sanen.

Otra forma de destruirme es buscar siempre donde sé que no voy a encontrar nada, donde no hay respuestas o donde no perdí las cosas. Y si no cambio, estoy asegurando el fracaso. Reprocharme siempre lo mismo no funciona, esto me conduce siempre a nada. A esta manera de actuar los especialistas lo llaman neurosis, porque solo veo una solución al problema y sin darme cuenta sigo buscando en los mismos callejones sin salida. Consciente o no termino por repetir los mismos patrones y conductas que me estancan. Soy yo mi propio enemigo. 

Otro camino es sobre pensar, es decir crearme una historia en la cabeza, llena de detalles en contra de algo o alguien, esta idea me conduce a ser protagonista y suelo pensar que realmente está ocurriendo, así tengo la libertad de reaccionar contra ese alguien o algo que me ofendió o que no hace lo que espero que haga.

También suelo imaginar que tengo alguna enfermedad y sentir, ver, oír el síntoma mortal. Me distrae del momento presente para concentrarme en ese mar de sensaciones físicas. ¡Cuántas veces no habré pensado tenía COVID durante la pandemia!

Ideas como que siempre me toca el alto, la fila más larga o lenta en el banco, que mi equipo favorito siempre pierde o que me persigue la mala suerte, son infalibles.

Si me concentro en las artes mágicas (¡ay pobre de mí!), pienso que soy objeto de algún embrujo; mal de ojo lo llaman los especialistas. Hechizo infalible para hacerme la vida más complicada y al mismo tiempo evadir mi responsabilidad sobre mis actos.  

Por ejemplo, una predicción me lleva a pensar que algo sucederá porque me lo anticipó el horóscopo. Y cualquier mínima señal en ese sentido, me da la seguridad de que la profecía se ha cumplido. Sin embargo, la verdadera pregunta sería si mi mente hace encajar algunas coincidencias dentro de esta anticipación de acontecimientos o realmente se cumplió la predicción para mí y todos los que tenemos el mismo signo en el mundo.

Dejar que alguna de estas ideas se convierta en realidad, me lleva a tener conductas repetitivas para protegerme de aquel mal que me persigue. Para los profesionales yo sería una persona obsesivo-convulsiva, es decir una idea me atormenta y me hace actuar de manera repetitiva y sin intervención de ningún tipo de razonamiento.

Ponerme metas muy altas, complicadas y lejanas también me asegura un camino difícil, lleno de reproches y malos momentos en donde al no alcanzar el resultado esperado, soy siempre infeliz. Esto se traslada a todos los aspectos de mi vida; por ejemplo, la sociedad consumista en la que vivimos, me hace creer que puedo alcanzar la felicidad al tener el último modelo de cualquier cosa, pero a los pocos meses ya será obsoleto, pues ya estará a la venta el siguiente modelo y con él un nuevo camino hacia la felicidad y me reprocharé por no tener el último objeto de mi deseo, y así seguiré persiguiendo la quimera del avance tecnológico cuando no le puedo seguir el ritmo. 

¿Y si el mismo empeño que le pongo a autosabotearme, todos los días lo pusiera para salir de ese espiral de ideas que tan fácilmente me arrastra y dedicara cada día un espacio a aquellas cosas que me producen paz? Tal vez la vida sería un poco menos complicada.