De la Esclavitud a la Libertad: Reflexiones sobre la Voluntad



P
ara Aristóteles
  la libertad es un a propiedad de la voluntad que se realiza por medio de la verdad.
Para hablar de libertad, podemos empezar por la libertad física de la que gozamos pues la mayoría de nosotros no nos encontramos en una cárcel física. Sin embargo hay países en donde las mujeres todavía son tratadas con restricciones, no se les permite ni siquiera vestir como ellas lo prefieran, no se les permite opinar o estudiar. La falta de libertad se encuentra en todos lados, hay países en donde los niños desde muy pequeños están participando en guerras o guerrillas, sin entender de qué se trata. Actualmente a muchas mujeres todavía se les trata como mercancías, sin mencionar la esclavitud propiamente dicha cuando hablamos de la trata de personas.

También está la libertad interna, la capacidad de actuar conforme a nuestros deseos, necesidades, creencia, sueños y posibilidades. Así como, la esclavitud psicológica en donde a través de la manipulación emocional somos obligados a actuar sin desearlo.

Hoy quiero hablar de otro tipo de libertad, de la libertad que hemos perdido por influencia de la sociedad en la que vivimos. Desde que nacemos somos expuestos a una serie de comportamientos condicionados en los cuales nos premian las conductas que la sociedad o la familia aprueban y nos castigan las conductas “reprobables”. De esta forma desde muy chicos nos “enseñan” a comportarnos como es debido. Y comienzan los “no”: no toques eso, no te acerques ahí, no seas grosero, no comas eso, no llores, no hables, no levantes la voz, no te duermas, no juegues así, no te vistas de esa forma, no pienses así, no seas tú mismo.

De esta forma nuestra libertad se va viendo coartada, por las buenas costumbres, por las reglas de convivencia, por las expectativas familiares y por lo que es peor, por la presión social para tener objetos de consumo.
¿Te sientes realmente libre?  ¿La mayor parte de las actividades que realizas durante el día son las que quieres hacer?  Generalmente somos nosotros los que decidimos no defender nuestra libertad, y por amor, compromiso, dinero, trabajo, agradecimiento o por alcanzar algunas metas, sacrificamos nuestra libertad dándole más importancia a las necesidades de los demás.  La gran parte de las personas actualmente tenemos la necesidad de controlar a los demás, de decirles lo que deben hacer y cómo deben hacerlo, de tener el control de nuestras vidas y eso implica controlar a los que están cerca de nosotros, y así formamos una cadena de control y poder. Y no importa si solo podemos tener control sobre nuestra familia o sobre una gran cantidad de personas en una empresa. Y así perdemos nuestra libertad bajo el control de los que están cerca, padres, jefes, amigos, hermanos, vecinos y quitamos la libertad a los que están debajo de nosotros en esta cadena de control hijos, empleados, amigos.

Lo más triste es caer en esta inercia de control, crecemos aceptando sin cuestionar muchas de las propuestas de aquellos que son nuestros referentes de autoridad y por lo tanto de control. Y empezamos poco a poco a coartar la libertad de los más pequeñitos.
No se trata de vivir en una sociedad sin reglas, pues son importantes para asegurar una convivencia entre todos, pero no se trata de coartar la libertad de los demás, de controlar y  ser controlados. No se trata de vivir sin responsabilizarme de lo que pienso y hago, y de esta manera afectar a los demás.

Si pudiéramos soñar con una sociedad basada en el respeto y en el compromiso con las necesidades de los demás, con darle libertad a los otros, considerando su voluntad entonces la cadena sería de respeto y de libertad. Dejaríamos ser a la Libertad en nosotros mismos y en los demás. Seríamos menos agresivos, menos controladores y podríamos estar más felices y en paz.
Juan Pablo II dice que  la libertad tiene una dimensión tanto individual como colectiva. Si eres libre puedes usar bien o mal tu propia libertad, si la usas bien tendrás una influencia positiva en los que están a tu alrededor, pero si la usas mal, este mal se arraigará en ti y en lo que está cerca. El peligro de la situación actual consiste en que el uso de la libertad pretende prescindir de la dimensión ética. Ciertos modos de entender la libertad, hoy distraen la atención del hombre sobre la responsabilidad ética. Se hace hincapié en la libertad sin freno, actuando por el propio juicio por capricho y hablamos de liberalismo. Cuando el hombre actúa la voluntad es la guía, la persona pone su racionalidad en su comportamiento, así como  asume la responsabilidad por la decisión que tomó.

Juan Pablo II en su primera encíclica escribió: “Cristo mismo vinculó libertad con conocimiento de la verdad: Conoceréis la verdad y la verdad os liberará. Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia, la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia además de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo”.
En cambio Friedrich Nietzsche nos dice que la libertad de la voluntad es la libertad del pensamiento y que está se basa en las percepciones que se van adquiriendo. En la medida en que el fatalismo se le aparece al hombre en su personalidad, la libre voluntad y el fatalismo individual compiten constantemente. Afirma que en general la entrega a la voluntad de Dios no es más que la cobertura del temor de asumir con decisión el propio destino y enfrentarse a él.  Sin embargo no debemos olvidar que el fatalismo es una condición abstracta, que este fatalismo no es otra cosa que una concatenación de acontecimientos y que estos tal y como conciernen al hombre, son provocados de manera consciente o inconsciente por el mismo y a él deben adaptarse.

La voluntad libre tampoco es más que una abstracción y significa la capacidad de actuar conscientemente mientas que bajo el concepto de fatalismo entendemos el principio que nos lleva a actuar inconscientemente. En la voluntad libre se centra para la persona el principio de la singularización, de la separación respecto del todo, de lo limitado, en el fatalismo sin embargo se pone otra vez al hombre en estrecha relación con la evolución general, y obliga en cuanto que está busca dominarle a poner en marcha fuerzas reactivas. Una voluntad absoluta y libre carente de fatalismo, haría del hombre un Dios; el principio fatalista, en cambio un autómata.
Para Sigmund Freud la libertad individual no es un bien de la cultura, pues existe antes que ésta, pero carecía de valor porque el individuo no era capaz de defenderla. El desarrollo cultural le impone restricciones y la justicia exige que nadie escape de ellas. Cuando en una comunidad humana se agita el ímpetu libertario puede tratarse de una rebelión contra alguna injusticia, favoreciendo así un nuevo progreso de la cultura, pero también puede surgir de la personalidad primitiva que no está dominada por la cultura constituyendo una hostilidad contra la misma.  Seguramente el hombre jamás dejará  de defender su pretensión de libertad individual contra la voluntad de la masa. 

Buena parte de la lucha de la humanidad gira alrededor de alcanzar el equilibrio, es decir que de felicidad a todos.


 



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