El Tabú Silencioso: Abrazar la Muerte para Vivir Plenamente
Cada vez se habla más del final de la vida, pero sigue
siendo un tabú. Cuando tenemos algún acercamiento con estos temas hacemos plena
consciencia de nuestro propio fin de vida, sin embargo, siempre creemos que es algo que les pasa a
otros, algo que está lejos de nosotros. Es como si la muerte fuera una sombra ajena que nunca nos tocará.
¿Desde dónde decimos que la muerte es parte de la vida? ¿Desde el intelecto, la razón, o desde el corazón? ¿Lo pensamos o lo sentimos? ¿Tenemos la muerte realmente integrada dentro de nosotros, o la mantenemos a raya? Esta idea, ¿modifica nuestro modo de vivir? ¿Influye en nuestras decisiones? ¿Nos afecta de alguna manera? ¿Creemos que tener presente a la muerte es, de alguna forma, llamarla? La verdad es que pensar en la muerte le da profundidad e importancia a la vida.
Que pasa cuando nos enfrentamos con una muerte inesperada,
necesitamos encontrar alguna causa, respuestas para liberar la angustia que
esto genera, el miedo que nace de este evento mortal. Nos lleva a darnos cuenta que, no tenemos el
control de la vida y esto genera pánico, angustia, desesperación, ¿porque negamos
la muerte? la propia y la de nuestros seres queridos.
¿Cómo renovar nuestra consciencia de mortalidad?, ¿cómo entrar
en este tema?. No tenemos el control, ni
la certeza de cuándo y cómo vamos a morir, la muerte o un diagnóstico
amenazante no avisan, no piden permiso, escapan a toda planificación.
La Búsqueda de Control ante lo Inesperado
Cuando alguien muere de manera inesperada la forma de bajar
y controlar la ansiedad y angustia que nos genera esto, es buscando respuestas ¿cómo
pudo ser?, ¿cómo se hubiera evitado?, necesitamos encontrar una causa controlable, como mecanismo de defensa, para
liberar el miedo que genera lo inesperado, pensamos que así
no nos pasará a nosotros, pues lo podemos prevenir y controlar.
La negación de la muerte la hemos introyectado desde hace mucho tiempo; desprendernos de ella es increíblemente complicado. Sin embargo, pensar en la muerte de vez en cuando renueva nuestra conciencia de mortalidad. Nos ayuda a evitar el delirio de inmortalidad y la fantasía de que tenemos el control sobre ella.
Conectar con esta realidad de cerca, inquieta, sí. Pero se trata de entender que detrás de muchas muertes no hay culpables, negligencias o falta de cuidado; simplemente suceden. Y si no lo aceptamos, nos perdemos de vivir el presente, preocupados por lo que no vamos a evitar: el momento de morir. Aceptar de verdad nuestra mortalidad nos lleva a entender que morir no se puede esquivar; no es la consecuencia de algo que hicimos mal, es simplemente nuestro destino dentro del ciclo de vida, donde no tenemos ningún control. Es como el latido de un reloj universal, constante e ineludible.
Cuando algo inesperado pasa, una muerte, un diagnóstico grave, nos
ponemos en contacto con nuestra vulnerabilidad, pero también es la oportunidad
de asumir la mortalidad y estar preparados para este momento. Estar presentes,
hacernos responsables de este proceso, ejercer nuestra autonomía en cuanto a
dónde queremos morir, cómo vamos a solucionar lo que tenemos pendiente, con
quién necesitamos hablar, qué tratamientos queremos o no seguir, incluso qué va
a pasar con nuestro cuerpo después de morir.
El principal factor de riesgo para morir es vivir. La muerte nos encontrará en el momento en que nuestro ciclo de vida termine, no cuando hacemos algo mal. Esto no significa que descuidemos la salud o vivamos en riesgo constante. Ver la muerte como algo ajeno, con la idea preconcebida de que nadie debe morir, es la base de su negación. Es vivir con los ojos cerrados a una parte esencial de la existencia.
La Vida Plena Emerge de la Aceptación
Nunca sale todo como lo esperamos en la vida; no tenemos el control. Hay imprevistos y cambios constantes, como los budistas los llaman: impermanencia. Vivimos protegiéndonos de la muerte, sin la capacidad de verla como parte de la vida y reconocer que escapa a nuestra voluntad. Sin embargo, no se trata de vivir con miedo, sino de simplemente aceptar que nos podemos morir en cualquier momento. Esta aceptación nos da la oportunidad de aprovechar la vida, ordenarla y concentrarnos en lo que realmente importa, tratando de llevar una vida más plena.
Si nos cuidamos desde el miedo, no es una transformación y volveremos a vivir como antes. Si al llegar el final tenemos la sensación de haber desperdiciado la vida esto tiene que ver con la negación de la muerte, llevándonos a posponer lo que queremos hacer, dando por hecho que viviremos mucho. Esto es irreal, no sabemos cuánto tiempo vamos a vivir realmente y al ser conscientes de nuestra mortalidad y la de nuestros seres queridos, también nos damos cuenta de lo que hoy si tenemos: vivir es irrepetible.
Hacer conciencia nos permite
vivir plenamente con presencia y encaminados a lo que es importante, nos
permite concentramos en el momento, en disfrutar el presente, no desde el miedo
al futuro que no sabemos cómo va a llegar, sino desde la vida. Cuando la muerte está
cerca desaparece lo superfluo y brilla lo esencial.
La muerte puede ser parte de un camino espiritual. Nos permite estar en contacto con nosotros mismos, nos despierta, nos saca de vivir en la inercia, automáticamente y sin reflexión. Nos ayuda a conectar con lo esencial: aprender a ser feliz con lo que tenemos y a transitar la vida con plena conciencia.
Como dice Joan Halifax: “Cuanto antes abracemos la muerte, más tiempo tendremos para vivir a fondo y vivir en la realidad”.
Si asumimos la muerte como algo real, vamos a vivir mucho más a fondo, con coherencia y presencia, sin la fantasía de no morir y sin miedo. Esta reflexión debe estar siempre con nosotros: asumir la realidad de la muerte nos hace libres. Esto no significa que no nos impacte, que no nos dé miedo o no nos duela; pero al reflexionar y aceptar la muerte, no llegará por sorpresa.
Disfrutar la vida, como un regalo, es la ganancia que tenemos al aceptar la muerte. No hay garantía de cuanto tiempo vamos a estar vivos. Pero podemos vivir hasta el último momento con dignidad y sin sufrimiento.
“La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba"... Joan Didion.
Marcela Barrera
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