La vida como manojo de pérdidas
Generalmente a través de un proceso de duelo reaccionamos y nos adaptamos a las pérdidas, no podemos evitarlas, pero sí conseguimos a partir de ellas darle significado a la vida.
Vamos enfrentando muchas pérdidas unas concretas como personas, lugares, trabajos, objetos, y otras subjetivas como los sueños, la juventud, la libertad, la seguridad o algún proyecto. Así terminamos perdiendo todas las relaciones que apreciamos, con su correspondiente dolor y poco a poco nos va cambiando la vida.
La sociedad reconoce algunos tipos de pérdidas, la muerte de los padres, del cónyuge o de los hijos permitiéndonos manifestar libremente nuestro dolor y atravesar el duelo, en estas también tenemos una red de apoyo que nos cubre y acompaña en estos momentos. Sin embargo, hay otras que no tienen reconocimiento social, “privadas de derechos”, desautorizadas, silenciosas como el duelo por la ruptura de una relación no tan socialmente aceptada: muerte del amante, o cuando se trata de parejas de la comunidad LGTB, la muerte gestacional, los homicidios o los suicidios, estas pérdidas carecen de apoyo y reconocimiento aumentando el dolor del que sufre.
El estrés psicológico que en la vida implica un cambio o una pérdida generalmente se vincula con el distanciamiento que genera o con el fracaso al tratar de establecer relaciones profundas.
La pérdida por la muerte de un ser querido implica que pasaremos por un proceso de duelo que estará determinado por las características personales del doliente y por la relación que tenía con el fallecido.
El Ciclo del Duelo comienza con el conocimiento de la muerte de un ser querido, empieza con evitar la realidad de la pérdida, es imposible asimilarla nos sentimos confundidos, conmocionados, aturdidos, distraídos, negamos la muerte, pues resulta muy dolorosa para asumirla, con el tiempo empezáremos a acostumbrarnos a la pérdida de manera gradual.
A medida que vamos absorbiendo el impacto, empezamos a experimentar enojo contra quienes creemos responsables de la muerte o aquellos que nos parecen más afortunados, seguimos negando la realidad, poco a poco nos acostumbramos a la pérdida y a los cambios que implica.
Empezamos a asimilar la ausencia sentimos soledad, tristeza intensa, depresión, ansiedad, angustia, sensación de irrealidad, vemos y escuchamos a nuestro ser querido, la ausencia impacta en muchos aspectos de la vida cotidiana desde poner menos platos en la mesa, no tener con quien hablar, hasta dormir solos. Limitamos nuestras actividades, distanciándonos del entorno social para dedicarnos a la elaboración del duelo. Tenemos imágenes intrusivas, recuerdos y sueños de la persona desaparecida, combinados con la soledad que nos dejó, también es común presentar malestar físico, este estrés fisiológico desaparece cuando se acepta gradualmente la pérdida, encontrando la manera de seguir adelante con la vida, durante la etapa de acomodación, que incluye la aceptación resignada de la realidad, seguimos sintiendo tristeza que va a estar presente mucho tiempo, pero vamos a ir recuperando nuestro nivel de funcionalidad.
El autocontrol emocional, los hábitos alimenticios y el descanso se van normalizando, sin embargo, sigue presente la conciencia de la pérdida, empezamos a tener más energía y gradualmente vamos recuperando la vida social, construyendo nuevos vínculos, así empezamos a normalizar la experiencia haciéndola parte de nuestra vida.
Margaret Stroebe nos explica el proceso dual del duelo, donde para habituarnos a la pérdida osciláremos entre dos formas de funcionamiento: un proceso orientado a la perdida donde el doliente realiza un trabajo de duelo, experimentando y expresando sus sentimientos de manera muy intensa en un intento por entender el sentido que tiene en la vida. Y en otros momentos el proceso está orientado a la reconstrucción, la persona se centra en los ajustes externos, en sus relaciones familiares, laborales, domesticas o sociales después de la pérdida. De esta manera cierto grado de negación es útil para elaborar la pérdida y se presentará a lo largo de todo el proceso de adaptación.
En los primeros días después de la pérdida, recibimos mucho apoyo social, pues hay una conciencia comunitaria sobre el dolor que sentimos sobre todo durante el velorio y en los días posteriores. Sin embargo, el doliente caerá en desolación y desesperación durante los siguientes meses, la red de apoyo también se debilita. El camino a la recuperación es largo y difícil, sobre todo cuando llegan las fechas importantes: cumpleaños, aniversarios, navidad, especialmente en el primer año.
Con el tiempo a medida que aprendemos de la pérdida, nos adaptamos a este mundo ahora empobrecido, pero podemos ver el dolor con cierta perspectiva y retomar la vida, aunque este es un proceso largo, que dependerá como ya dijimos del tipo de pérdida. Una violación, un suicidio, una desaparición o secuestro, un accidente traumático, o un homicidio son más difíciles de elaborar y si además tenemos pérdidas acumuladas, porque no superamos alguna pérdida anterior, o el doliente no cuenta con herramientas que le permitan elaborar el proceso, se puede volver un duelo complicado quedando atorados durante varios años con la aparición periódica de picos de duelo.
Cuando nos quedamos “bloqueados en el duelo”, no sentimos nada después de la pérdida o a la inversa tenemos un sufrimiento muy intenso, culpa o ira extrema, pensamientos suicidas, pérdida excesiva de peso, abuso de sustancias como alcohol o ansiolíticos que pueden llegar a poner en peligro al doliente o a los que dependen de él, aunque algunas de estas conductas se consideran como parte del duelo, si se presentan por mucho tiempo o con mucha intensidad es importante pedir ayuda.
Con las pérdidas de relaciones, también vamos a atravesar un proceso de duelo, desde pequeños vivimos pérdidas cuando muere nuestra mascota o al cambiarnos de colegio o graduarnos, este tipo de pérdidas nos irán preparando para enfrentar pérdidas más fuertes en la vida adulta. El adolescente enfrenta también pérdidas en los noviazgos, puede llegar a deprimirse de manera importante, sin embargo, estas pérdidas también se convierten en aprendizaje. Como adultos perdemos amigos, compañeros de trabajo, familiares a partir de algún conflicto o a la pareja como consecuencia del divorcio.
Todos cuando formamos una pareja tenemos expectativas en la relación, si estas no se cumplen y no podemos establecer acuerdos que regulen la convivencia y reestablezcan el equilibrio emocional, uno de los miembros de la pareja empezará un distanciamiento gradual que los llevara a la separación. Los dos deben elaborar el duelo por la pérdida de la relación, el que la terminó se sentirá culpable y el otro traicionado y enojado. Se ven afectadas las finanzas, alguno necesitará otro lugar donde vivir, las amistades y las relaciones con la familia política, incluso la definición que cada uno tiene de sí mismo pues ya no es parte de esta pareja, además se presentan dificultades y sentimientos dolorosos cuando no se puede dar una separación limpia y tranquila siendo peor si está de por medio una infidelidad. Los niños suelen ser los más afectados, se pueden sentir culpables y negar la separación esperando una reconciliación entre los padres, así atraviesan también un proceso de duelo.
Cuando se presenta la pérdida laboral de manera inesperada, por un accidente, despido o jubilación anticipada nos sentimos traicionados, ante una pérdida sin beneficios. Generalmente dedicamos una gran cantidad de tiempo al trabajo, además de que estamos identificados con la actividad que realizamos, el trabajo da forma a nuestros proyectos de vida, también refuerza nuestra autoestima, nos dan estructura y un entorno social, por lo tanto, una pérdida laboral nos genera un duelo además de estrés económico afectando así también el entorno social. Nos sentimos deprimidos, enojados, ansiosos, traicionados y presionados generando aislamiento social y en algunos casos hasta violencia. Además, la situación empeora cuando consideramos el despido como injustificado, o cuando pasamos mucho tiempo sin conseguir otro empleo. Si el despido es justificado entonces también cargamos con la culpa, lo que representa una transición crítica en el ciclo de vida. La forma de elaborar el duelo que genera este tipo perdida dependerá de los recursos con los que cuenta el doliente que incluyen condiciones económicas y psicosociales que le permitan tener control sobre su propio destino. Para este tipo de pérdidas no existen rituales, ni se dispone de tiempo para elaborar la pérdida y se complica encontrar otro trabajo a medida que se tiene mayor edad.
Rituales
Los rituales formales o informales marcan momentos de transición en la vida, pueden tener tintes religiosos o laicos, ser privados o públicos, todos tienen un poder simbólico, que nos ayuda a establecer una nueva relación con lo que hemos perdido y a comprender nuestra nueva identidad, por lo tanto, pueden reflejar un carácter personal ya sea del fallecido o de los sobrevivientes. Por ejemplo, un funeral tiene un orden simbólico, delimita el duelo, nos permite establecer una relación distinta con el fallecido, marca un cambio en el estatus social, ayuda a aceptar la realidad de la muerte y representa un testimonio de la vida del fallecido, nos permite la expresión del dolor y recibir apoyo social facilitando la adaptación a la pérdida.
Las ceremonias fúnebres también nos sirven para enfrentarnos a la realidad inevitable de la muerte y a las limitaciones humanas, ayudándonos a buscar el sentido de la vida, concentrarnos en el presente pues hacemos conciencia de que el futuro no está garantizado.
Lamentablemente no hay rituales que nos ayuden a enfrentar otro tipo de pérdidas: la amputación de una parte de nuestro cuerpo, el diagnóstico de una enfermedad, un divorcio, un aborto, el desempleo o la muerte de nuestra mascota, por lo que el que los sufre no recibe el apoyo que puede dar forma a su duelo facilitando su resolución. Los dolientes pueden crear maneras personales de darle sentido a su pérdida, de honrar a través de acciones significativas, para establecer una relación simbólica con lo que perdieron ya sea a través de la muerte o no, estas ceremonias no se limitan al momento de la pérdida, se pueden dar en el transcurso de los años. Para los niños es muy importante participar en estas ceremonias pues les ayuda a comprender el proceso del duelo, a ver la muerte como natural y los prepara para futuras pérdidas.
Es importante entender el poder paradójico de las pérdidas que generan mucho dolor, pero también pueden enriquecer nuestra vida. Nos permiten crecer, madurar, aprender a disfrutar el presente, reestructurar nuestros sistemas de creencias, establecer una relación diferente con los que ya no están y sobre todo a entender la muerte y las pérdidas como algo natural y constante en la vida, comprendiendo el papel activo que tenemos al enfrentarlas pues, aunque no podemos evitarlas si podemos escoger la actitud y el sentido que les damos, cambiando así nuestra forma de ver y valorar la vida.
Las pérdidas pueden significar crecimiento.
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